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El Retrato Elegante"

Perez Rojas, Francisco Javier

Décembre 2000


pp.82-84 - Images: portrait de Mme. Uriburu de Anchorena – photo de Gandara devant son portrait de Mme. d'Annunzio.


"Compuestas para posar: Elegancias de Salon, Elegancias de Calle.


El retrato, y dentro de éste lo que llamamos la variante elegante, que en líneas generales se diluye en el amplio conjunto de retrato aristocrático y burgués, tiene su cenit en torno a 1900.


En toda Europa y América prevalece un retrato de encargo de gran brillantez y empaque en el que se pone un énfasis especial en el refinamiento de las maneras, y en la riqueza y modernidad de las vestimentas. No es exagerado afirmar que las dos primeras décadas del XX viven una de las épocas más efervescentes de la moda. La nueva moda es tema de preocupación compartida, pro y contra, entre amplios sectores sociales, los grupos más conservadores la atacan duramente, causa crispación entre los reaccionarios; sin embargo, es mimada y asumida por la aristocracia y burguesía más mundana, que son sus principales clientes y la extienden al resto de los mortales. Una infinitud de retratos dan prueba de esa eleganto-manía exterior indisociable de la moda: “Pareja de elegantes”, “Reunión de elegantes”, “Refinadas”, “La mujer divina”, “Esclavas de la moda”, “Las reinas de la moda”... son algunos de los títulos de sofisticadísimas pinturas e ilustraciones de la época de espíritu mundano, que no serían en parte lo que representan sin su indumentaria chic. Ya al inicio de siglo se asiste a la sustitución de las amplias vestimentas con vuelo por otras más depuradas de líneas, que dejan ver por completo la silueta: es lo que a veces se llamó el traje reformista.


Whistler, Sargent, Barón L. de Köning, Flameng, Gaston La Touche, M. Svabinsky, F. A de Kaulbach, A. Zorn, F. A Laszlo, Serov, Axentowicz, Bonnat, A Besnard, L. Bonnat, Th. Chartran y Antonio de la Gándara, entre otros muchos nombres de pintores, pueden dar idea de la importancia del retrato elegante a nivel internacional, a los que hay que sumar otros más modernos como Klimt, Bonnard... más tarde vendrá Van Dongen.


El crítico Saunier destacaba en 1907 a J. Blanche y M. Aman-Jean, entre los pintores elegidos por las mujeres, pero en “el capítulo de la gracia y de la distinción” señalaba el retrato Madame Gabriele d’Annunzio de Antonio de la Gandara, y también un interesate retrato de M. Raymond Woog de Pablo Casals. Uno de los artistas de mayor éxito fue el pintor Antonio de la Gándara (1862-1917), nacido en París de padre español y madre inglesa, siendo un reputadísimo retratista de salón del gran mundo parisino, que dio a sus modelos una distinción y elegancia insuperables. Sus cuadros son de un gran virtuosismo en el acabado, recreándose especialmente en la novedad de los modelos de alta costura y en las calidades de las telas, todo esto envuelto en una atmósfera de suavidad y delicadeza. Sus modelos son prototipos de belleza aristocrática, delgadas, con aire frágil y seguridad mundana. De la Gándara fue un nombre presente en los salones de París, con grandes retratos, que hablan de la plenitud y prestigio del género. Los éxitos de la Gándara se dejan sentir en la prensa española en críticas ligeras pero de precisas adjetivaciones: “Si Chabas pinta las mujeres bien desnudas, Antonio de la Gándara pinta las mujeres bien vestidas. Tal vez demasiado bien vestidas. Le disputa a Boldini, á Helleu, el cetro de la pintura de elegancias y suntuosidades modernas. Este año La Gándara vuelve a su antiguo género. A pesar del orgullo que le han impuesto sus triunfos en la aristocracia y el cocotismo francés, y en el mundo de rastacueros sudamericano. La Gándara comprendió que su Don Quichotte, de 1913, era una obra ridícula y falsa. Torna a pintar encajes, y sedas y joyas, y mujeres imperializadas.” Las críticas francesas de los salones suelen destacar por lo general la participación de este artista y esa distinción perfecta de los vestidos que hacen de las retratadas seres envidiables.


En más de una ocasión la crítica gala vuelve a señalar la importancia concedida en ciertas pinturas al mundo de la apariencia, el atenerse a la “verdad superficial del traje, del oficio, de la condición social”, lo que la persona quiere ser más que lo que es en realidad; armándose el modelo de una gravedad ficticia y evitando mirar a los ojos. Pero el éxito de los retratos se reafirma en los salones de principios de XX. El crítico Mourey considera natural que los retratos sean por razones psicológicas los que más acaparen la atención y los más numerosos, gozando del favor del público. En el salón de la Unión de un total de ciento cincuenta y tres obras había sesenta retratos; destacando las pinturas de Jacques-Emile Blanche, “por su suntuosidad refinada y ensoñación”, pintadas con pasión y placer.


Vauxcelles valoraba igualmente la modernidad del retrato, un género tan analítico que se adapta perfectamente al temperamento francés: “La sagacidad psicológica, la penetración, la observación aguda de los sentimientos matizados que afloran en un rostro, son, desde Clouet hasta La Tour, y desde Philippe de Champagne hasta M. Degas, los méritos eminentes de los retratistas de nuestra raza. Ellos saben como Holbein, Antonio Moro, Velázquez, Tiziano Vermeer o Rembrant, que un retrato no debe ser una copia natural, que la imitación debe subordinarse a la expresión [...]. ‘Un retrato, decía Carrière, es una confesión’. Es preciso, pues, que un pintor fuerce su modelo a confesar”. Prueba de esta sincronía de la crítica internacional en torno al tema es el texto de Miguel Utrillo que reprodujimos en las páginas anteriores sobre las exigencias del nuevo retrato.


Vicente Blasco Ibáñez en su corta novela La maja desnuda, de la que ya recogimos algunos párrafos con relación a Sorolla en otra ocasión, apunta cómo una vez conseguido el éxito, el protagonista de la novela, el pintor Renovales, se lanza al retrato:


“Sólo quedaba el retrato para ganar dinero, y Renovales olvidó sus glorias de innovador para conquistar por todos los medios el renombre de retratista entre la gente elevada. Pintó a individuos de sangre regia en toda suerte de actitudes. Trasladó al lienzo las más linajudas bellezas, modificando insensiblemente, con hábil malicia, las ajaduras del tiempo; endureciendo con el pincel las flácidas carnes; sosteniendo la pesadez de párpados y mejillas. Después de estos éxitos cortesanos, los ricos consideraron un retrato de Renovales como imprescindible adorno de su salón.”


Las imperializadas de la Gándara llevan preferentemente traje de fiesta. Pero el traje se especializa, concreta su uso funcional e incrementa considerablemente el ropero de la dama elegante:


“No basta disponer de trajes que revelen poseer buen gusto; éste se ha de demostrar también llevándolos sólo en las ocasiones oportunas” decía el Manual de la mujer elegante de la baronesa Orchamps. Trajes de calle, trajes para ocasiones especiales y un traje de baile, “el gran uniforme”, forman parte de un ropero renovado para adaptarse a las distintas exigencias y para posar en distintas circunstancias."


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